El asesinato de Orlando Abreu, el joven venezolano acribillado por un extorsionador peruano en el mercado de Trujillo, Perú, puede ser sólo el inicio de una tragedia mayor: la del nacionalismo malandro, la del pranato supremacista.
Un amigo venezolano que vivió en Perú me advirtió que el asesinato de Abreu ocasionaría la ira del hampa venezolana en ese país. Por desgracia, parece que acertó.
Hace pocos días, contemplé con horror la viralización de uno de los videos más espantosos que he me han podido enviar. Dos venezolanos preguntan a un joven cuál es su país de origen. El muchacho, visiblemente asustado, responde que es peruano. De inmediato, uno de ellos lo lanzó al vacío, mientras los delincuentes celebran el delito que luego difundieron en TikTok.
Hoy sabemos que el crimen se cometió en Colombia. El joven lanzado por un puente era un comerciante de 19 años y su familia no sabe si está vivo o está muerto.
Como era previsible, el video ha causado enorme indignación en Perú. Delincuentes peruanos prometen ahora venganza en redes sociales, mientras los venezolanos ya temen el mismo destino que sufrieron en Ecuador, cuando un venezolano asesinó a una embarazada y generó una ola violenta contra nuestros paisanos.
Muchos venezolanos emigrantes ahora son perseguidos por ese mismo monstruo del que huyeron. Los trabajadores, los emprendedores, jóvenes y estudiantes, los venezolanos de bien, no encuentran paz ni fuera de sus fronteras. Además de la delincuencia, ahora los persigue el estigma, la desgracia de haber nacido en un país destruido en 20 años. En una nación secuestrada por otros delincuentes que algún día deberán responder por el mayor crimen de todos: ése que convirtió a la delincuencia y el pranato en una forma de gobierno en Venezuela.
Imagen: @gloverosenmadrid
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